los pozos abren su boca
a brocales inexistentes,
para regar la inmensidad de leyendas,
y de asardún, askaf, um rukba, ataf,
nitrarias retusas, su fruto rojo, el aghamis,
en acantilados dorados y aguas añiles.
De habas de chacal en Udian el Fula,
de habaliyas, las retorcidas,
o um lejreisat, temidas por los camellos,
de fagonias que aglutinan arenas,
de desdeñadas tazias.
De aristida plumosa, nsil,
pasto veraniego en Adrar Setuf,
en el pozo de Zug, en Tiris.
Donde la agaya
prefiere los terrenos salinos y húmedos
para nutrir de sodio
las dietas lácteas.
La trisetum pumilum, o ehshashite lehmar,
regala pasto a plateros zemmureños.
La calligolum comusum,
o artá en Bir Enzaran,
lumbre de hogar,
jabón natural
de cueros ajados.
El gueddam, cuerda ancestral
de cestas paneras artesanas.
Legtaf, atriplex halimus,
en el Pozo Aridal y el Pozo Tuf,
brote esquizofrénico en camellos,
colorante verde para las tejedoras.
El damaran, en El Aaiún y El Argub,
cuya yesca calienta las noches frías.
Las semillas del afzu
que reúnen a los frig
en Bir Mogrein, Uad Egneigat.
El desierto,
donde la fagonia hospitalaria
abre su flor al peregrino vespertino,
donde la arena se convierte en humo
y la montaña en tambor.
Zahra Hasnaui para el blog ¿Y dónde queda el Sahara?, de El
Pais. Ilustración de Roberto Maján
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