Hay un
cementerio de piedras,
los nombres
de sus difuntos,
aparecen
esculpidos sobre la tierra,
un
cementerio de kilómetros,
donde la
vista se pierde
detrás de la
aurora.
Niños,
mujeres y hombres,
yacen
enterrados,
debajo del
fuego de las piedras,
el siroco
entierra y desentierra,
la historia
de cada uno.
Hay exilio
en sus tumbas,
ellos ya no
volvieron
otra tierra
acoge sus cuerpos
en el
interior de su seno.
Nadie
hablará de ellos
son anónimos
como su
hijos,
víctimas
colaterales del destino,
solo existen
en la memoria
del desierto
y las arenas.
Y los que se
acercan
a orar,
cerca de sus tumbas,
se llevan un
puñado de arena
para
esparcirlo en el viaje del viento
en el viaje
de la esperanza,
ellos son
testigos mudos
de un mundo
desvencijado,
un mundo
derrotado
que no ha podido devolverles su tierra.
**Del blog de El País ¿Y dónde queda el Sahara?
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